lunes, 2 de marzo de 2015

Un tranvía Juárez-Trànsits: mi historia con Canek




POR EVA MÁÑEZ

Canek Sánchez Guevara (La Habana 1974 - México D.F. 2015)

En 1992 viajé a Cuba, entonces era muy punk. Creía en el anarquismo, era vegetariana, leía con voracidad, llevaba cresta, vivía en la casa okupada del Kasal Popular en Valencia y me hacía miles de preguntas. Tenía veinte años y quería saber cómo era Cuba, cómo era el sueño socialista. Comencé a vender enciclopedias Larousse puerta por puerta y conseguí así el dinero para el pasaje. Tenía el billete, tres días de hotel pagado y un visado de turista para quince días. Cruzaría el charco y vería lo del socialismo con mis ojos ácratas llenos de curiosidad y romanticismo de izquierdas.
Nada más llegar hice amigos, el mismo día conocí a una gente majísima, como Marita y Noel. Llovía, al día siguiente seguía lloviendo torrencialmente. Las noticias hablaban de un fenómeno atmosférico llamado El Niño, un huracán que venía a la isla. Tocaron a la puerta y un camarero del hotel me dijo que teníamos que subir a la azotea. Metí lo justo en una bolsa y subí. Estábamos a cuatro calles del Malecón, veíamos como las olas subían por encima de los edificios del Malecón. Llegó un tractor en medio del agua con mis nuevos amigos y me fui con ellos. Me acogieron en su casa y conocí a muchísima gente maravillosa. No tenía dinero y me buscaba la vida trapicheando con los guiris o haciendo la compra a los cubanos en las diplotiendas. Estábamos en el “periodo especial”: en las tiendas donde comprar con dólares sin tarjeta de racionamiento solo podían entrar los extranjeros, muchos cubanos tenían dólares porque se los enviaban sus familias de Miami pero no podían comprar en esas tiendas, así que yo les hacía la compra y por cada dólar gastado me daban un peso.
Así sobrevivía, y en esas que conocí a Canek.
Era medio heavy, tocaba el bajo en un grupo, tenía una larga melena negra azabache, guapísimo, desgarbado y un poco serio. Él leía más que yo y se hacía más preguntas que yo; estaba lleno de preguntas incómodas. Conversar con él fue una de las experiencias más fascinantes que haya tenido nunca. Me fui a vivir a su casa. Me contó su historia. Era el nieto del Che Guevara, eso era un peso, un peso grande; desde bien pequeñito, hubo gente que quiso decirle lo que debía pensar o hacer y eso no le gustaba. Su madre era la primogénita del revolucionario. También era hijo de Alberto Sánchez, mexicano, miembro de la Liga de los Comunistas, quien llegó a Cuba en calidad de asilado político después de que, en 1972, su organización secuestrara un avión en el aeropuerto de Monterrey para exigir la liberación de sus compañeros. La vida del amigo Canek se había forjado entre el peso y la responsabilidad de ser el nieto del Che Guevara y el exilio político en Europa, entre todo tipo de militantes de izquierda, extrema izquierda, pseudoizquierda y todos los tipos de izquierdas habidas entonces. Canek como yo era de corazón punk y anarquista, cuestionaba el comunismo, los dogmatismos, las vanguardias, las izquierdas. Yo le hablaba de los okupas, de los jóvenes que en Europa tomábamos casas para crear en ellas organizaciones horizontales desde las que cuestionarnos el poder y el capitalismo, de nuestra vida en comuna, de la música y del antifascismo. Teníamos un mundo nuevo en nuestros corazones. Mis cassetes de La Polla Records y Maniática que metí en aquella bolsa de lo imprescindible se copiaban y sonaban entre los punks de La Habana. Canek se lo pasaba a un amigo músico y él a otro y a otro.
Canek era muy crítico con el régimen cubano y muy crítico con el capitalismo también. Con más amigos se hablaba de esa frustración de vivir en una isla y no poder salir de ella, de no gustarles el régimen en el que vivían, que en realidad no era ya comunista, pero que para nada la respuesta era el capitalismo. Tenían entre diecisiete y veinte y pocos años. Algunos tenían que ir al servicio militar e intentaban evitarlo. Más de una gran borrachera cogimos acompañando a algún colega para que al día siguiente pudiera aparecer en el psiquiatra con la suficiente mala pinta como para no dar el apto. Canek también tenía esa preocupación, no quería hacer el servicio militar ni nada por el estilo. Podía reclamar la nacionalidad mexicana y librarse así de eso. Era difícil para él decidir tener una nacionalidad u otra, prefería las dos o cagarse en todas las nacionalidades y los servicios militares y sociales del mundo.
Pasaba el tiempo, mi visado hacía meses que había caducado. Sabíamos que Canek iría a México pronto y yo ya debía de regresar a casa. Echaba de menos a los míos, mi familia y el kasal.
Entonces no había Internet, nosotros ni siquiera teníamos teléfono. ¿Cuba y una casa okupa? Entendimos que nos separábamos ahí, con ternura nos despedimos y no volvimos a vernos ni a escribirnos.
Yo pensé muchas veces en él después. En todo lo que aprendí con él. En su ternura y su compromiso con la libertad. Así en mayúsculas, libertad.
Y llegó Facebook y una tarde tonta hace más de un año pones su nombre y existe y está ahí. Le envié un mensaje breve, temerosa de que quizás ni se acordara de mí. Me respondió con una larga y hermosa carta donde me contaba que estuvo en Barcelona y que en cada esquina esperaba encontrarme. Nos mensajeábamos en Facebook, hablábamos de nuestras vidas, de lo que habíamos hecho todos estos años, él me enviaba los textos que escribía, yo le enseñaba mis fotos. Nos contábamos nuestros amores y desamores, los viajes, los problemas del curro, los sueños, la vida. Eran mensajes llenos de ternura donde bromeábamos con un tranvía de Juárez-Trànsits (su barrio en México y el mío en Valencia) que nos uniera y la posibilidad de un reencuentro en un futuro no lejano donde retomar nuestras conversaciones mirándonos a los ojos. 
Puse en contacto a Canek con la revista Bostezo para que él publicara algo aquí. Hoy, el día de la presentación de Bostezo, su director, Paco Inclán, me dice que siente lo de Canek, no sé de qué me habla. Me dice que ha muerto, un infarto, está en todos los periódicos de México. Que creía que yo lo sabía.
No lo sabía, me acabo de enterar.
Y vengo a casa y escribo todo esto de un tirón. Esta es mi historia con Canek.
Contarla es hónrala, recordarlo, y quizás, no sé, poderle decir otra vez adiós con la misma ternura que lo hicimos en 1992.


«Solo soy un egoísta que aspira a ser un hombre libre, un egoísta que sabe que el egoísmo nos pertenece a todos y que este ha de ser solidario si se quiere pleno: en otras palabras, que mi libertad solo es válida si la tuya también lo es, si mi libertad no aplasta tu libertad ni la tuya la mía», escribió en 2006.

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