sábado, 24 de mayo de 2014

One Hit Wonders


Una selección de artistas musicales que, tras sus cinco minutos de gloria, se hundieron en la más absoluta miseria

por Dildo de Congost








PAJARITOS A LA BRASA



Si digo ‘María Jesús Grados Ventura’ (Cáceres, 29 de mayo de 1956) se quedan ustedes como estaban. Pero si digo ‘María Jesús y su acordeón’, la mayoría sabrán perfectamente de quién estoy hablando: aquella pizpireta señora que arrasó con El baile de los pajaritos (1981), españolísima reinterpretación de la tonadilla Chicken Dance, compuesta por el acordeonista suizo Walther Thomas.
Con la inestimable ayuda de su señor padre, María Jesús le puso a la pegajosa melodía una letra improvisada en un pis pas, que incluía frases tan difíciles de olvidar como «Pajaritos a bailar, cuando acabes de nacer, tu colita has de mover, chu, chu, chu, chu». En un principio, María Jesús ofreció el tema al grupo infantil Parchís, pero tras escucharlo, la discográfica le sugirió que lo cantara ella misma. Dicho y hecho. Contra todo pronóstico, la canción fue disco de platino y sonó hasta en las máquinas tragaperras. Durante 1982, la artista salía continuamente por la tele y hasta llegó a protagonizar una película, titulada Los pajaritos. Todo un subidón para aquella mujer que, desde su más tierna infancia, se buscaba la vida tocando el acordeón en playas y cafeterías de Benidorm y Valencia.
Pero, con el tiempo, la alegre tonada se convertiría en una maldición para la acordeonista extremeña. Y no únicamente porque, debido a la letra pequeña de su contrato, solo se llevara las migajas del éxito. También porque, por más que la pobre mujer compusiera nuevas canciones (con títulos como Los patitos, Los gatitos o Los conejitos) la gente solo quería escuchar Los pajaritos. Y ella se veía obligada a tocarla ad nauseam.
Su última baza la quemó el pasado verano, grabando por encargo del festival indie Low Cost una tombolera versión de Dramas y comedias de Fangoria, para publicitar el festival indie Low Cost de Benidorm. El resultado provocó una violenta mezcla de risa y pena entre los pocos incautos que lo vieron; algunos, incluso lo tomaron como un síntoma del Apocalipsis.
Pero María Jesús viene de abajo y no teme al fracaso: «No me importaría nada volver a tocar a la calle y pasar el platillo. Eso no es mendigar. Es trabajar y recibir algo a cambio. Y tocaré Los pajaritos, claro. Me moriré siendo María Jesús la de Los Pajaritos».

DEL HIELO AL INFIERNO
Robert Matthew Van Winkle, es decir, Vanilla Ice (Dallas, 1967), llegó a la cima casi por casualidad: en 1990, Ice Ice Baby, cara B de uno de sus singles, fue programada por un importante pinchadiscos y la bola de nieve fue rodando hasta convertirse en éxito mundial. Y eso que lo único que hizo Vanilla fue hablar de lo mucho que mola vivir en Miami, sobre una base construida con el bajo del Under Pressure de Queen y Bowie.
Aprovechando el tirón que dan veinte millones de discos vendidos, en 1991 emprendió una gira junto a MC Hammer y protagonizó un sonrojante biopic titulado Frío como el hielo. Ganó una fortuna, sí, pero la despilfarró rápidamente en drogas, juergas y mujeres.
Vilipendiado por la comunidad hip hop por blanquito y popero, pegó un desafortunado giro hacia el AOR que lo precipitó hacia un fracaso que no levantó ni su versión rockera del Ice Ice Baby. Incapaz de encajar su derrota, Vanilla se abandonó por completo. ¿Resultado? Una buena colección de arrestos por conducir colocado, pegarle a su ex, llevar droga encima y montar pifostios en locales de dudosa reputación.
Tras una larga cura de desintoxicación, se casó y tuvo dos churumbeles. En ellos gastó sus últimos ahorrillos, viéndose obligado a trabajar como dependiente en una tienda de deportes donde, con varios kilos de más y un rostro desfigurado por la mala vida, no lo reconocía ni su santa madre.
Lo último que sabemos de él es que lanzó una demoledora profecía desde el diario Washington Post: «Yo hice Ice Ice Baby cuando tenía 16 años. Vendí un centenar de millones de discos y tuve un fin de semana que duró unos tres años. Después no sabía quién era y cuál era mi propósito en la vida. Así que mi predicción acerca de Justin Bieber es que él va a acabar igual, y su fama durará unos pocos años porque ha tenido éxito desde muy joven». A ver si es verdad.

¿QUÉ FUE DE LOS LOCO MÍA?

Como es por todos bien sabido, Loco Mía fue un estrafalario cuarteto tecnopop ataviado con hombreras kilométricas, camisas con chorreras, pointy boots, faldas-pantalón y abanicos gigantes. El grupo se hizo extremadamente popular entre 1988 y 1991 gracias a su homónimo y homófilo hit discotequero. La letra de Loco Mía era un mantra de sofisticada e infalible simpleza: «Disco Ibiza Loco Mía, Moda Ibiza Loco Mía, Loco Ibiza Loco Mía, Sexo Ibiza Loco Mía, Mar Ibiza Loco Mía, Sol Ibiza Loco Mía, Marcha Ibiza Loco Mía...». Gracias a un videoclip en el que los cuatro integrantes del grupo giraban sus inmensos abanicos a gran velocidad, llegaron a despachar sesenta mil discos y llamaron la atención de luminarias como Freddie Mercury, que les compró un traje, o David Bowie, que los fichó como teloneros de su gira española.
Además, el videoclip de marras provocó parodias tan apoteósicas como la de Martes y 13, que travestidos de Loco Mía, variaron sutilmente la letra de la canción: «Coge el abanico, dale mariquita, dale que te pego, fíjate, fíjate, parriba palante parriba patrás...». Pero las carcajadas duraron tan poco como el éxito. Después de una gira triunfal por España y Marruecos, el grupo sacó tropecientos singles intentando en vano repetir el éxito: pero ni Rumba samba mambo, ni muchísimo menos Gorbachov le llegaron a Loco Mía a la punta del tacón.
El cuarteto se separó en 1992 y desde entonces está inmerso en una versión glam del Eterno Retorno. En 2013, aprovechando las fiestas del Orgullo Gay, Locomía (sic) volvieron por enésima vez: pero ahí ya no estaba ninguno de los, ya otoñales, miembros fundadores, sino cuatro maromos con físico de chapero caro y un look a medio camino entre Juego de Tronos y Paco Rabanne. De esta guisa aterrizaron en la plaza de Chueca para presentar su último intento, Imperium, con un estribillo que decía: «Lucha, fuerza, valor; duelo, furia, sudor; coraje, batalla, vigor; victoria, justicia, honor». Todo muy épico, pero cometieron un craso e imperdonable error: actuar sin abanicos.

LA ERÓTICA DEL PEZÓN

Tiran más dos tetas que dos carretas. Era inevitable empezar con este refrán. Sobre todo si vamos a remontamos a 1987, cuando ver un seno en la tele todavía era motivo de algarabía y regocijo. Y, ciertamente, la aparición de la cantante italiana Sabrina Salerno (Génova, 1968) y su prodigiosa delantera en el popularísimo programa Un, dos, tres... responda otra vez provocó un shock que solo fue superado en la gala de nochevieja de TVE, cuando a la mismísima cantante se le escapó una ubre fuera del sujetador. Durante unos segundos, toda España pudo contemplar el enorme pezón. Y, aunque Boys (Summertime Love), la canción, pasó a un segundo plano, su estribillo quedó grabado en todos los cerebelos: «Boys, boys, boys, I’m looking for a good time. Boys, boys, boys get ready for my love».
Amén de conquistar España, Sabrina logró vender diez millones de discos en todo el mundo y se convirtió en una sex symbol global a la altura de su contemporánea Samantha Fox, aunque ella aseguraba que «la única similitud entre Samantha y yo son los senos, yo sí canto». Ya, pero en cuanto se apagó la llama del Boys, su carrera cayó en picado. Y no será porque no lo intentó.
Harta de fracasos, montó varios negocios junto a su marido, el productor Enrico Monti. Pero el gusanillo de volver es difícil de resistir y Sabrina probó a lanzar un disco de grandes éxitos y enrolarse en una gira de viejas glorias de los ochenta. Pero tampoco hubo suerte.
En 2010, desesperada, unió fuerzas con su antigua rival Samantha Fox, para grabar una versión discotequera del Call me de Blondie, con su correspondiente videoclip. Fue otro pinchazo pero, al menos, nos dio la oportunidad de comprobar que las dos cantantes seguían manteniendo el tipo, ahora como potables cuarentonas esculpidas por entrenadores personales y cirujanos plásticos. Por supuesto, enseñaron escote, pero ambas se abrocharon bien el sujetador. A ciertas edades no conviene jugar con la Ley Universal de la Gravitación.

ECHADLE LA CULPA A LA VIRGEN


Antonio Romero Monge y Rafael Ruiz Perdigones, alias Los del Río, debutaron en 1962, a la tierna edad de catorce años. Y en 1996, tras toda una vida grabando cintas de gasolinera y actuando en fiestas de pueblo, les sonó la flauta con Macarena, un rap flamencoide acerca de una muchachita que le da «alegría a su cuerpo» con dos amigotes de su novio, mientras el cornudo jura bandera. Acom pañada por un ridículo bailecito, la canción vendió cuatro millones de copias en Estados Unidos y fue usada como sintonía en la campaña electoral de Bill Clinton, en la NBA y en la Super Bowl.
Lo que triunfó no fue el tema original, sino un remix perpetrado por los productores alemanes Bass Bumpers sobre una base originalmente creada por Fangoria. Pero Alaska y Nacho Canut no fueron acreditados ni se llevaron un duro por su trabajo, pese a que llevaron el caso a los tribunales. Porque, ¿cómo se puede demostrar la autoría de un soniquete tecno como tantos otros que, encima, es clavado al Release The Pleasure de Leftfield? Pero Los Del Río sí recibieron pingües beneficios por “Macarena”, cosa que les vino de perlas, pues tenían ambos muchas bocas que alimentar.
En la actualidad, Antonio y Rafael siguen viviendo en Dos Hermanas (Sevilla) y Macarena aún les da de comer. Y eso que ellos sacan un disco al año, con la pajolera esperanza de que la flauta vuelva a sonar. Pero jamás han rozado, ni de lejos, el desmesurado éxito de Macarena. Un éxito logrado, según ellos, «gracias a la Virgen». Cuando escuchó estas palabras, Alaska saltó: «que yo recuerde, no he sido canonizada».

Literatura, fracaso y edición



Manuel Turégano/Aldo Alcota


Imagen de portada de La conjura de los necios (John Kennedy Toole) en la edición de Anagrama

Literatura y fracaso son dos términos que se atraen. Los ejemplos abundan. Tuvo que pasar mucho tiempo, de un siglo a otro, para que los Cantos de Maldoror pudieran ser devorados por los ojos de muchos lectores. Su autor Isidore Ducasse, más conocido como el Conde de Lautréamont, fue un misterioso personaje que escribió entre el trance y la imaginación desbordante. La edición de su Primer Canto pasó inadvertida para la crítica de la época. Era 1868, dos años antes de que muriera Lautréamont a la edad de 24 años. Solo a comienzos del siglo XX, sus obras comenzaron a conocerse masivamente y figuras como Gómez de la Serna, André Breton y André Gide impulsaron su difusión, aunque en 1896 Rubén Darío ya le citaba en su libro Los Raros. El autor, nacido en Montevideo y muerto en París, recurrió a la ayuda económica de su padre para pagar la edición de sus textos, jamás reseñados en la prensa. En 1890 se vuelven a reeditar los Cantos, pero seguía siendo considerado un texto ‘prohibido’. El futuro daría un vuelco para reivindicar su nombre y la importancia de su escritura, convirtiéndose en el maestro de movimientos como el surrealismo. Pero el fracaso estuvo allí, rondando en el apartamento parisino del señor Conde y solo le consolaba su encuentro con la pluma y una hoja blanca sobre su escritorio, hallando consuelo en sus demonios nocturnos. Ni lectores ni editores de aquella época estaban preparados para la gran marea de su desvarío poético.
Otro autor que no vio en vida el éxito y tampoco la materialización de su obra fue John Kennedy Toole. Sus misivas con el editor Robert Gottlieb muestran una situación de desesperación, en la que Toole corrige y corrige sin conseguir llegar a convencer a aquel. Aunque Gottlieb estaba interesado en La conjura de los necios, no paraba de imponer nuevas condiciones, y la búsqueda del acuerdo entre las dos partes derivó en una historia absurda de intransigencia con un mustio colofón: la no publicación. «Pienso que, en varios sentidos, usted ha hecho un excelente trabajo: pulió la trama de la obra, dio sentido a eventos que antes no lo tenían, profundizando en algunos personajes, eliminó otros. El libro está mucho mejor, pero todavía no está bien del todo», le explicaba Gottlieb al escritor norteamericano. Toole perdió el ánimo y acabó suicidándose. Pero su madre haría todo lo posible por ver la creación de su hijo en algún escaparate de librería y lo logró al encontrar editor en 1980. La conjura de los necios ganaría el premio Pulitzer.   
Muy recordado en nuestros días, en los que se cumple su centenario, es el caso de Marcel Proust y Por el camino de Swann, primer tomo que iniciaba la mítica En busca del tiempo perdido. Proust presentó su obra a Gallimard, pero André Gide la rechazó. A Proust no le quedó otra alternativa que pagar de su propio bolsillo la impresión del libro. La obra vio la luz el 14 de noviembre de 1913. Seis años después Gide confesó su error y se disculpó: a punto había estado de impedir la difusión de una obra maestra.
El fracaso merodea siempre al escritor. Editores, críticos y lectores muchas veces le cierran la puerta al talento. Hace falta una actitud muy abierta y un oído muy fino para captar una nueva voz. No es infrecuente que las editoriales estén cegadas por puro interés comercial. Hoy en día, prestigiosos grupos editoriales buscan denodadamente el best-seller de la temporada... un libro que el año que viene nadie recordará... pero que hoy ocupa los anaqueles de las librerías y cierra el paso a otros títulos.
Ediciones Contrabando es una joven editorial nacida en Valencia a comienzos de 2013. Publica autores nuevos, desconocidos, ocultos o emergentes, de España e Hispanoamérica. Voces con calidad y energía que aspiran a mantener viva la llama de la creación. Amamos el riesgo y la buena literatura. Apostamos por los nuevos talentos. Nuestras puertas están abiertas a las propuestas más innovadoras. Buscamos editar la literatura viva del siglo XXI. ¿Fracasaremos?   

        
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