Una selección de artistas musicales que, tras sus cinco minutos de gloria, se hundieron en la más absoluta miseria
por Dildo de Congost
Si digo ‘María Jesús Grados Ventura’ (Cáceres, 29 de mayo de 1956)
se quedan ustedes como estaban. Pero si digo ‘María Jesús y su acordeón’, la
mayoría sabrán perfectamente de quién estoy hablando: aquella pizpireta señora
que arrasó con El baile de los pajaritos (1981), españolísima reinterpretación
de la tonadilla Chicken Dance, compuesta por el acordeonista suizo
Walther Thomas.
Con la inestimable ayuda de su señor padre, María Jesús le puso a
la pegajosa melodía una letra improvisada en un pis pas, que incluía
frases tan difíciles de olvidar como «Pajaritos a
bailar, cuando acabes de nacer, tu colita has de mover, chu, chu, chu, chu».
En un principio, María Jesús ofreció el tema al grupo infantil Parchís, pero
tras escucharlo, la discográfica le sugirió que lo cantara ella misma. Dicho y
hecho. Contra todo pronóstico, la canción fue disco de platino y sonó hasta en
las máquinas tragaperras. Durante 1982, la artista salía continuamente por la
tele y hasta llegó a protagonizar una película, titulada Los pajaritos.
Todo un subidón para aquella mujer que, desde su más tierna infancia, se
buscaba la vida tocando el acordeón en playas y cafeterías de Benidorm y
Valencia.
Pero, con el tiempo, la alegre tonada se convertiría en una
maldición para la acordeonista extremeña. Y no únicamente porque, debido a la letra
pequeña de su contrato, solo se llevara las migajas del éxito. También porque,
por más que la pobre mujer compusiera nuevas canciones (con títulos como Los
patitos, Los gatitos o Los conejitos) la gente solo quería
escuchar Los pajaritos. Y ella se veía obligada a tocarla ad nauseam.
Su última baza la quemó el pasado verano, grabando por encargo del
festival indie Low Cost una tombolera versión de Dramas y comedias de
Fangoria, para publicitar el festival indie
Low Cost de Benidorm. El resultado provocó una violenta mezcla de risa y pena
entre los pocos incautos que lo vieron; algunos, incluso lo tomaron como un
síntoma del Apocalipsis.
Pero María Jesús viene de abajo y no teme al fracaso: «No
me importaría nada volver a tocar a la calle y pasar el platillo. Eso no es
mendigar. Es trabajar y recibir algo a cambio. Y tocaré Los pajaritos,
claro. Me moriré siendo María Jesús la de Los Pajaritos».
DEL HIELO AL INFIERNO
Robert Matthew Van Winkle, es decir, Vanilla Ice (Dallas, 1967),
llegó a la cima casi por casualidad: en 1990, Ice Ice Baby, cara B de
uno de sus singles, fue programada por un importante pinchadiscos y la bola de
nieve fue rodando hasta convertirse en éxito mundial. Y eso que lo único que
hizo Vanilla fue hablar de lo mucho que mola vivir en Miami, sobre una base
construida con el bajo del Under Pressure de Queen y Bowie.
Aprovechando el tirón que dan veinte millones de discos vendidos,
en 1991 emprendió una gira junto a MC Hammer y protagonizó un sonrojante biopic titulado Frío como el hielo.
Ganó una fortuna, sí, pero la despilfarró rápidamente en drogas, juergas y
mujeres.
Vilipendiado por la comunidad hip hop por blanquito y popero, pegó
un desafortunado giro hacia el AOR que lo precipitó hacia un fracaso que no levantó
ni su versión rockera del Ice Ice Baby. Incapaz de encajar su derrota,
Vanilla se abandonó por completo. ¿Resultado? Una buena colección de arrestos
por conducir colocado, pegarle a su ex, llevar droga encima y montar pifostios
en locales de dudosa reputación.
Tras una larga cura de desintoxicación, se casó y tuvo dos
churumbeles. En ellos gastó sus últimos ahorrillos, viéndose obligado a
trabajar como dependiente en una tienda de deportes donde, con varios kilos de
más y un rostro desfigurado por la mala vida, no lo reconocía ni su santa
madre.
Lo último que sabemos de él es que lanzó una demoledora profecía
desde el diario Washington Post: «Yo
hice Ice Ice Baby cuando tenía 16 años. Vendí un centenar de millones de
discos y tuve un fin de semana que duró unos tres años. Después no sabía quién
era y cuál era mi propósito en la vida. Así que mi predicción acerca de Justin
Bieber es que él va a acabar igual, y su fama durará unos pocos años porque ha
tenido éxito desde muy joven». A ver si es verdad.
¿QUÉ FUE DE LOS LOCO MÍA?
Como es por todos bien sabido, Loco Mía fue un estrafalario
cuarteto tecnopop ataviado con hombreras kilométricas, camisas con chorreras, pointy boots, faldas-pantalón y abanicos
gigantes. El grupo se hizo extremadamente popular entre 1988 y 1991 gracias a
su homónimo y homófilo hit
discotequero. La letra de Loco Mía era un mantra de sofisticada e
infalible simpleza: «Disco Ibiza Loco Mía, Moda Ibiza Loco Mía, Loco Ibiza Loco Mía,
Sexo Ibiza Loco Mía, Mar Ibiza Loco Mía, Sol Ibiza Loco Mía, Marcha Ibiza Loco
Mía...». Gracias a un videoclip en el que los cuatro integrantes del
grupo giraban sus inmensos abanicos a gran velocidad, llegaron a despachar
sesenta mil discos y llamaron la atención de luminarias como Freddie Mercury,
que les compró un traje, o David Bowie, que los fichó como teloneros de su gira
española.
Además, el videoclip de marras provocó parodias tan apoteósicas
como la de Martes y 13, que travestidos de Loco Mía, variaron sutilmente la
letra de la canción: «Coge el abanico, dale mariquita, dale que
te pego, fíjate, fíjate, parriba palante parriba patrás...».
Pero las carcajadas duraron tan poco como el éxito. Después de una gira
triunfal por España y Marruecos, el grupo sacó tropecientos singles intentando
en vano repetir el éxito: pero ni Rumba samba mambo, ni muchísimo menos Gorbachov
le llegaron a Loco Mía a la punta del tacón.
El cuarteto se separó en 1992 y desde entonces está inmerso en una
versión glam del Eterno Retorno. En 2013, aprovechando las fiestas del Orgullo
Gay, Locomía (sic) volvieron por enésima vez: pero ahí ya no estaba ninguno de
los, ya otoñales, miembros fundadores, sino cuatro maromos con físico de
chapero caro y un look a medio camino
entre Juego de Tronos y Paco Rabanne. De esta guisa aterrizaron en la plaza de
Chueca para presentar su último intento, Imperium, con un estribillo que
decía: «Lucha, fuerza, valor; duelo, furia, sudor; coraje, batalla, vigor;
victoria, justicia, honor». Todo muy épico, pero cometieron un
craso e imperdonable error: actuar sin abanicos.
LA ERÓTICA DEL PEZÓN
Tiran más dos tetas que dos carretas. Era inevitable empezar con
este refrán. Sobre todo si vamos a remontamos a 1987, cuando ver un seno en la
tele todavía era motivo de algarabía y regocijo. Y, ciertamente, la aparición
de la cantante italiana Sabrina Salerno (Génova, 1968) y su prodigiosa delantera
en el popularísimo programa Un, dos, tres... responda otra vez provocó un shock
que solo fue superado en la gala de nochevieja de TVE, cuando a la mismísima
cantante se le escapó una ubre fuera del sujetador. Durante unos segundos, toda
España pudo contemplar el enorme pezón. Y, aunque Boys (Summertime Love),
la canción, pasó a un segundo plano, su estribillo quedó grabado en todos los
cerebelos: «Boys, boys, boys, I’m looking for a good time. Boys, boys, boys
get ready for my love».
Amén de conquistar España, Sabrina logró vender diez millones de
discos en todo el mundo y se convirtió en una sex symbol global a la altura de su contemporánea Samantha Fox,
aunque ella aseguraba que «la única similitud entre Samantha y yo
son los senos, yo sí canto». Ya, pero en cuanto se apagó la llama
del Boys, su carrera cayó en picado. Y no será porque no lo intentó.
Harta de fracasos, montó varios negocios junto a su marido, el
productor Enrico Monti. Pero el gusanillo de volver es difícil de resistir y
Sabrina probó a lanzar un disco de grandes éxitos y enrolarse en una gira de
viejas glorias de los ochenta. Pero tampoco hubo suerte.
En 2010, desesperada, unió fuerzas con su antigua rival Samantha
Fox, para grabar una versión discotequera del Call me de Blondie, con su
correspondiente videoclip. Fue otro pinchazo pero, al menos, nos dio la
oportunidad de comprobar que las dos cantantes seguían manteniendo el tipo,
ahora como potables cuarentonas esculpidas por entrenadores personales y
cirujanos plásticos. Por supuesto, enseñaron escote, pero ambas se abrocharon
bien el sujetador. A ciertas edades no conviene jugar con la Ley Universal de
la Gravitación.
ECHADLE LA CULPA A LA
VIRGEN
Antonio Romero Monge y Rafael Ruiz Perdigones, alias Los del Río, debutaron en 1962, a la tierna edad de catorce años. Y en 1996, tras toda una vida grabando cintas de gasolinera y actuando en fiestas de pueblo, les sonó la flauta con Macarena, un rap flamencoide acerca de una muchachita que le da «alegría a su cuerpo» con dos amigotes de su novio, mientras el cornudo jura bandera. Acom pañada por un ridículo bailecito, la canción vendió cuatro millones de copias en Estados Unidos y fue usada como sintonía en la campaña electoral de Bill Clinton, en la NBA y en la Super Bowl.
Lo que triunfó no fue el tema original, sino un remix perpetrado
por los productores alemanes Bass Bumpers sobre una base originalmente creada
por Fangoria. Pero Alaska y Nacho Canut no fueron acreditados ni se llevaron un
duro por su trabajo, pese a que llevaron el caso a los tribunales. Porque,
¿cómo se puede demostrar la autoría de un soniquete tecno como tantos otros
que, encima, es clavado al Release The Pleasure de Leftfield? Pero Los
Del Río sí recibieron pingües beneficios por “Macarena”, cosa que les vino de
perlas, pues tenían ambos muchas bocas que alimentar.
En la actualidad, Antonio y Rafael siguen viviendo en Dos Hermanas
(Sevilla) y Macarena aún les da de comer. Y eso que ellos sacan un disco
al año, con la pajolera esperanza de que la flauta vuelva a sonar. Pero jamás
han rozado, ni de lejos, el desmesurado éxito de Macarena. Un éxito
logrado, según ellos, «gracias a la Virgen».
Cuando escuchó estas palabras, Alaska saltó: «que yo recuerde,
no he sido canonizada».