lunes, 10 de junio de 2013

Una ciudad por construir



 POR DAVID ESTAL
Arquitecto 
 Coordinador del dossier Valencia y (p)resentimiento

Se buscan arquitectos… en Valencia ciudad. Sí, aquí y ahora, en el 2013. Arquitectos o similar porque nada se le parece pero todo es igual. Irse no es la única opción ni es lo que hace todo el mundo, dos tópicos coloquiales que se han propagado últimamente (con la que está ‘cayendo’) en el ámbito profesional. Veamos el motivo de esta convocatoria.

Mientras nuestro Colegio de Arquitectos se dedica a enviar a sus colegiados fuera de esta ciudad mediante jornadas de internacionalización y cursos de idiomas, en la Escuela de Arquitectura se amansa la inquietud juvenil de los cientos de estudiantes que se siguen matriculando año tras año. El caso no es único pero podría ser paradigmático: unas instituciones que en lugar de activar y potenciar nuestra capacidad, consiguen desmerecer el valor de las ideas con la excusa de la falta de presupuesto o la escasa oferta de puestos de trabajo pasivo, que viene a suceder a la par.


Cariño, ¡la ciudad se ha encogido!. Y, ¡qué gran desafío! Como ya ocurriera en los años setenta con la estrenada democracia, pero en sentido inverso, otra vez está todo por hacer, o dicho de otro modo, lo hecho está por llenar. Valencia, al igual que otras ciudades de características similares en cuanto a tamaño, productividad, etc., pierde población y popularidad. Después del llamado ‘efecto Guggenheim’ se evidencia el que podríamos denominar ‘efecto Detroit[1], donde el paisaje urbano desarrollado se deteriora porque se deshabita al convertirse en un lugar menos apetecible para vivir. Si no hay trabajo, ¿para qué vivir en una ciudad?

Si se van los vecinos, las viviendas se vacían. Si se van los ciudadanos, los bajos cierran sus ojos. Si se van habitantes, los servicios o el transporte dejan de funcionar y el pesimismo se contagia. Aún así, en Valencia, la luz de las farolas nunca deja de iluminar, aunque estén en aceras sin edificios, en calles sin actividad. Por suerte, siempre nos quedará el arte que florece desde la pasión por la belleza de lo ruinoso, la basura o simplemente, la libertad de lo posible.

Después de lustros de construcción desesperada acompañada por una ética de bolsillo, cada vez hay más lugares infrautilizados, inacabados o vacíos, siendo el desuso una tendencia común que se apodera de cada esquina achaflanando la actividad urbana. Es así como el querido espacio pierde su público y el tratado paisaje pierde su urbano. Tal vez así vuelvan los árboles a conquistar su lugar, renaturalizando la ciudad.

El Veles e Vents, el nou Ajuntament, la antiga Fe, la Escuela de Magisterio, la infraestructura del metro T2 o el mismísimo Ágora son algunos nombres propios referidos a grandes continentes sin contenido. ¿Para qué nos sirven? Mucho músculo y poca ‘chicha’. Además, hay otros lugares en eterno barbecho como el Parc Central, el invento Sociópolis, el solar del incendiado Teatro Princesa o el Parque de Artillería que espera sus viviendas en el sur. Y menos mal que el aeropuerto ya lo teníamos. El listado se amplia con muchos nombres comunes de cines, teatros, aparcamientos, bajos comerciales, gimnasios, viviendas, mercados, naves, descampados, márgenes, patios, solares… Y de lo dibujado, ni hablar. Lo prometido, ya es deuda.

Frente a la extensa enumeración de ruinas contemporáneas (ya hay guías sobre ello en otras ciudades), existe otra Valencia salteada de agentes vecinales, sociales, económicos o culturales, que trabajan de abajo o de arriba con el deseo de ‘hacer’ de esta ciudad un lugar vital. Escapan del desarrollo esperpéntico e irreverente tras la pista del intercambio de conocimiento generacional y disciplinar. Vaya, ¡aún quedan personas!

En este contexto de paellas sin ingredientes y de todos sin paella, los técnicos supuestamente cualificados son incitados a mirar a otra parte donde te respondan al teléfono. En Valencia el timbre suena, pero la administración pública ya no está al otro lado, y viendo la escena nos preguntamos si ésta habrá muerto. ¿Por qué no lo cogen? Érase una vez en Valencia. ‘Esto lo debería hacer el Ayuntamiento’ dicen algunos. Allí donde el urbanismo no triunfó, la arquitectura vuelve a ser necesaria para construir sobre lo construido tejiendo los usos que narran los ciudadanos.

Paradójicamente, donde nunca parece que pasa nada es donde más cosas pueden pasar. Tenemos la suerte, o no, de vivir en una de esas ciudades en decadencia, donde los turistas pagan por mear en el Mercat Central mientras otros rebuscan en contenedores aparatosos más altos que ellos mismos. Si este es el final, hay otro principio. El tirano hace tiempo que se aburrió y el guión de otras épocas se repite. La ‘transición’ ha llegado y la ‘movida’ volverá.

En términos urbanísticos, el perro no piensa en su futuro mientras mira a la calle por la ventana del piso que él no pagará. En cambio, el planeamiento habla del futuro de la calle sin mirar a nadie. ¿Cómo puede ser? De nuevo el letargo y además, tecnicista. Ese que no mira, no habla. En el presente, después de prometer que le sacaríamos a pasear bajo el sol, la ciudad abandonada a su suerte, necesita hablar con alguien. Y, entonces, ¿por qué nos vamos? No bastaba con dejar gotitas aquí y allá, en rincones que luego no se pueden limpiar y que ahora huelen. Unamos los puntos.

En la Valencia encogida de hombros, el discreto encanto de los arquitectos se hace ineludible, solos o acompañados. El espacio público, la movilidad, la participación ciudadana, el comisariado de lo urbano, la rehabilitación o la participación ciudadana es parte de nuestro interés y hay más. Si el Plan (futuro) ya no nos sirve, trabajemos desde el Proceso (presente) la manera de significar ‘la ciudad construida[2] a partir de su uso, gestión y diseño.

Que no nos mareen, Valencia no es un amor del montón, pero no hay que lamentarse de lo que no pudo ser. El ‘si no hay otra posibilidad’ es la posibilidad en sí misma. No se trata de la alternativa B sino del plan A. Da risa lo que se considera como provisional cuando ‘el mientras tanto’ es la ciudad que habitamos. ¿Aún no sabemos que el render no es real? ¿Y que las personas no son transparentes?

Cuando desde el coche (o algunos en autobús) se mira, con una mezcla de menosprecio y envidia, a ‘esos’ que construyen la ciudad con su uso (al margen, marginal); bien sean sudamericanos haciéndose ricas chuletas en jardines o descampados, ¡qué más da!; o pequeños churumbeles gitanos ensuciándose felices, mientras los hijos de los valencianos se conforman con normativos juegos de plástico de colores. Nos olvidamos que con apenas el paso de una generación se ha abandonado el crecer en la calle porque se percibe como insegura (los coches, esa arma de destrucción masiva). El espacio público ‘civilizado’ no es adaptable. El conflicto y la convivencia están asociados a los espacios de libertad y ambos tienen que existir. ¡Más Mercados y menos Ágoras!

No se pretende poner en cuestión qué se pierde o qué se gana con la decisión de quedarse o de irse. Más bien se reclama que los días dejen de ser domingo. Somos válidos, estamos sobrecapacitados y apretamos la mano. Así que, pasemos de la reacción a la acción. Del think tank al think do. Del urbanismo que cura las heridas al urbanismo de prevención. Del concurso a la propuesta. Del interés privado a la curiosidad común. Del trending topic al manifiesto cotidiano. De las manos en alto a las manos por delante. No busques, ¡encuentra!. Al dinero, llamémosle gotelé.

El Universo todavía se expande, pero para Valencia, con cerca de 80.000 desempleados (la mayoría en edad reproductora y migradora), ha llegado el momento de la contracción. Después de tanta explosión hoy se entrevén (entre tanto trasto) infinitud de grietas. La arquitectura sigue siendo válida para colarse por ellas y ofrecer soluciones concretas. De arquitectos a espeleólogos (con un plus de diplomacia y paciencia). No se trata de innovar sino de contextualizar experiencias, desde la planta baja hasta las antenas.

Ahora podemos dedicarnos a lo importante. Aquí hay curro, si hay compromiso. El trabajo ni se crea, ni se destruye, solo se transforma. Ahora tenemos la posibilidad de elegir. Brindemos por nuestro cometido, como pide ella, sin flojera y mirando a la cara: por Doquier! Y no me venga usted con el campo, aunque sea más bonito.



[1]  En el artículo “No hay manera de encoger una ciudad” publicado en El País el 30 de diciembre de 2012, se indicaba que Detroit ha perdido un 63% de la población de manera constante desde los años 50. Con ello, en el mismo espacio que antes, en la actualidad hay 800.000 edificios vacíos (residenciales, docentes, institucionales, hoteleros, ligiosos, comerciales, hospitalarios, etc). A lo largo de la historia de la civilización, que las ciudades (o pueblos) desaparezcan no es ninguna novedad, bien por guerras, catástrofes, migración o mala gestión. Ahora bien, conociendo el fenómeno, el urbanismo disciplinar no puede seguir utilizando los mismos instrumentos desarrollistas que en el pasado pues están obsoletos.
[2]  La Ciudad Construida es un concepto constextualizado en Valencia por David Estal (arquitecto), Ramon Marrades (economista) y Chema Segovia (arquitecto) desde el estudio L’Ambaixada (barri del Carme) el cual indaga en las posibilidades presentes de la ciudad aprendiendo de las dianámicas espontáneas de uso de la misma y proponiendo mecanismos para potenciarlos frente a una ciudad de promesas incumplidas. Este término que visibiliza la ciudad temporal sintetiza varias de las ideas sugeridas en este texto.


Sigue leyendo: Bajo el hormigón, editorial del número 8 de la revista Bostezo.

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