POR DAVID ESTAL
Arquitecto
Coordinador del dossier Valencia y (p)resentimiento
Se buscan arquitectos… en Valencia
ciudad. Sí, aquí y ahora, en el 2013. Arquitectos o similar porque nada se le
parece pero todo es igual. Irse no es la única opción ni es lo que hace todo el
mundo, dos tópicos coloquiales que se han propagado últimamente (con la que
está ‘cayendo’) en el ámbito profesional. Veamos el motivo de esta convocatoria.
Mientras nuestro Colegio de Arquitectos
se dedica a enviar a sus colegiados fuera de esta ciudad mediante jornadas de
internacionalización y cursos de idiomas, en la Escuela de Arquitectura se
amansa la inquietud juvenil de los cientos de estudiantes que se siguen
matriculando año tras año. El caso no es único pero podría ser paradigmático:
unas instituciones que en lugar de activar y potenciar nuestra capacidad, consiguen
desmerecer el valor de las ideas con la excusa de la falta de presupuesto o la
escasa oferta de puestos de trabajo pasivo, que viene a suceder a la par.
Cariño, ¡la ciudad se ha encogido!. Y,
¡qué gran desafío! Como ya ocurriera en los años setenta con la estrenada democracia,
pero en sentido inverso, otra vez está todo por hacer, o dicho de otro modo, lo
hecho está por llenar. Valencia, al igual que otras ciudades de características
similares en cuanto a tamaño, productividad, etc., pierde población y
popularidad. Después del llamado ‘efecto Guggenheim’ se evidencia el que
podríamos denominar ‘efecto Detroit’[1],
donde el paisaje urbano desarrollado se deteriora porque se deshabita al
convertirse en un lugar menos apetecible para vivir. Si no hay trabajo, ¿para
qué vivir en una ciudad?
Si se van los vecinos, las viviendas se
vacían. Si se van los ciudadanos, los bajos cierran sus ojos. Si se van
habitantes, los servicios o el transporte dejan de funcionar y el pesimismo se
contagia. Aún así, en Valencia, la luz de las farolas nunca deja de iluminar,
aunque estén en aceras sin edificios, en calles sin actividad. Por suerte,
siempre nos quedará el arte que florece desde la pasión por la belleza de lo
ruinoso, la basura o simplemente, la libertad de lo posible.
Después de lustros de construcción
desesperada acompañada por una ética de bolsillo, cada vez hay más lugares
infrautilizados, inacabados o vacíos, siendo el desuso una tendencia común que
se apodera de cada esquina achaflanando la actividad urbana. Es así como el querido
espacio pierde su público y el tratado paisaje pierde su urbano. Tal vez así
vuelvan los árboles a conquistar su lugar, renaturalizando la ciudad.
El Veles e Vents, el nou Ajuntament, la antiga Fe, la Escuela de Magisterio, la infraestructura del metro
T2 o el mismísimo Ágora son algunos nombres propios referidos a grandes
continentes sin contenido. ¿Para qué nos sirven? Mucho músculo y poca ‘chicha’.
Además, hay otros lugares en eterno barbecho como el Parc Central, el invento Sociópolis, el
solar del incendiado Teatro Princesa o el Parque de Artillería que espera sus
viviendas en el sur. Y menos mal que el aeropuerto ya lo teníamos. El listado
se amplia con muchos nombres comunes de cines, teatros, aparcamientos, bajos
comerciales, gimnasios, viviendas, mercados, naves, descampados, márgenes,
patios, solares… Y de lo dibujado, ni hablar. Lo prometido, ya es deuda.
Frente a la extensa enumeración de
ruinas contemporáneas (ya hay guías sobre ello en otras ciudades), existe otra
Valencia salteada de agentes vecinales, sociales, económicos o culturales, que
trabajan de abajo o de arriba con el deseo de ‘hacer’ de esta ciudad un lugar vital.
Escapan del desarrollo esperpéntico e irreverente tras la pista del intercambio
de conocimiento generacional y disciplinar. Vaya, ¡aún quedan personas!
En este contexto de paellas sin
ingredientes y de todos sin paella, los técnicos supuestamente cualificados son
incitados a mirar a otra parte donde te respondan al teléfono. En Valencia el
timbre suena, pero la administración pública ya no está al otro lado, y viendo
la escena nos preguntamos si ésta habrá muerto. ¿Por qué no lo cogen? Érase una
vez en Valencia. ‘Esto lo debería hacer el Ayuntamiento’ dicen algunos. Allí
donde el urbanismo no triunfó, la arquitectura vuelve a ser necesaria para
construir sobre lo construido tejiendo los usos que narran los ciudadanos.
Paradójicamente, donde nunca parece que
pasa nada es donde más cosas pueden pasar. Tenemos la suerte, o no, de vivir en
una de esas ciudades en decadencia, donde los turistas pagan por mear en el
Mercat Central mientras otros rebuscan en contenedores aparatosos más altos que
ellos mismos. Si este es el final, hay otro principio. El tirano hace tiempo
que se aburrió y el guión de otras épocas se repite. La ‘transición’ ha llegado
y la ‘movida’ volverá.
En términos urbanísticos, el perro no
piensa en su futuro mientras mira a la calle por la ventana del piso que él no
pagará. En cambio, el planeamiento habla del futuro de la calle sin mirar a
nadie. ¿Cómo puede ser? De nuevo el letargo y además, tecnicista. Ese que no
mira, no habla. En el presente, después de prometer que le sacaríamos a pasear
bajo el sol, la ciudad abandonada a su suerte, necesita hablar con alguien. Y,
entonces, ¿por qué nos vamos? No bastaba con dejar gotitas aquí y allá, en
rincones que luego no se pueden limpiar y que ahora huelen. Unamos los puntos.
En la Valencia encogida de hombros, el
discreto encanto de los arquitectos se hace ineludible, solos o acompañados. El
espacio público, la movilidad, la participación ciudadana, el comisariado de lo
urbano, la rehabilitación o la participación ciudadana es parte de nuestro
interés y hay más. Si el Plan (futuro) ya no nos sirve, trabajemos desde el
Proceso (presente) la manera de significar ‘la ciudad construida’[2]
a partir de su uso, gestión y diseño.
Que no nos mareen, Valencia no es un
amor del montón, pero no hay que lamentarse de lo que no pudo ser. El ‘si no
hay otra posibilidad’ es la posibilidad en sí misma. No se trata de la
alternativa B sino del plan A. Da risa lo que se considera como provisional
cuando ‘el mientras tanto’ es la ciudad que habitamos. ¿Aún no sabemos que el render no es real? ¿Y que las personas
no son transparentes?
Cuando desde el coche (o algunos en
autobús) se mira, con una mezcla de menosprecio y envidia, a ‘esos’ que
construyen la ciudad con su uso (al margen, marginal); bien sean sudamericanos
haciéndose ricas chuletas en jardines o descampados, ¡qué más da!; o pequeños churumbeles gitanos ensuciándose
felices, mientras los hijos de los valencianos se conforman con normativos
juegos de plástico de colores. Nos olvidamos que con apenas el paso de una
generación se ha abandonado el crecer en la calle porque se percibe como
insegura (los coches, esa arma de destrucción masiva). El espacio público
‘civilizado’ no es adaptable. El conflicto y la convivencia están asociados a
los espacios de libertad y ambos tienen que existir. ¡Más Mercados y menos
Ágoras!
No se pretende poner en cuestión qué se
pierde o qué se gana con la decisión de quedarse o de irse. Más bien se reclama
que los días dejen de ser domingo. Somos válidos, estamos sobrecapacitados y apretamos
la mano. Así que, pasemos de la reacción a la acción. Del think tank al think do. Del
urbanismo que cura las heridas al urbanismo de prevención. Del concurso a la propuesta.
Del interés privado a la curiosidad común. Del trending topic al manifiesto cotidiano. De las manos en alto a las
manos por delante. No busques, ¡encuentra!. Al dinero, llamémosle gotelé.
El Universo todavía se expande, pero
para Valencia, con cerca de 80.000 desempleados (la mayoría en edad
reproductora y migradora), ha llegado el momento de la contracción. Después de
tanta explosión hoy se entrevén (entre tanto trasto) infinitud de grietas. La
arquitectura sigue siendo válida para colarse por ellas y ofrecer soluciones
concretas. De arquitectos a espeleólogos (con un plus de diplomacia y paciencia).
No se trata de innovar sino de contextualizar experiencias, desde la planta
baja hasta las antenas.
Ahora podemos dedicarnos a lo
importante. Aquí hay curro, si hay compromiso. El trabajo ni se crea, ni se
destruye, solo se transforma. Ahora tenemos la posibilidad de elegir. Brindemos
por nuestro cometido, como pide ella, sin flojera y mirando a la cara: por
Doquier! Y no me venga usted con el campo, aunque sea más bonito.
[1]
En el artículo “No hay manera de encoger una ciudad”
publicado en El País el 30 de diciembre de 2012, se indicaba que Detroit ha
perdido un 63% de la población de manera constante desde los años 50. Con ello,
en el mismo espacio que antes, en la actualidad hay 800.000 edificios vacíos
(residenciales, docentes, institucionales, hoteleros, ligiosos, comerciales,
hospitalarios, etc). A lo largo de la historia de la civilización, que las
ciudades (o pueblos) desaparezcan no es ninguna novedad, bien por guerras,
catástrofes, migración o mala gestión. Ahora bien, conociendo el fenómeno, el
urbanismo disciplinar no puede seguir utilizando los mismos instrumentos
desarrollistas que en el pasado pues están obsoletos.
[2]
La Ciudad Construida es un concepto constextualizado
en Valencia por David Estal (arquitecto), Ramon Marrades (economista) y Chema
Segovia (arquitecto) desde el estudio L’Ambaixada (barri del Carme) el cual
indaga en las posibilidades presentes de la ciudad aprendiendo de las
dianámicas espontáneas de uso de la misma y proponiendo mecanismos para
potenciarlos frente a una ciudad de promesas incumplidas. Este término que
visibiliza la ciudad temporal sintetiza varias de las ideas sugeridas en este
texto.
Sigue leyendo: Bajo el hormigón, editorial del número 8 de la revista Bostezo.
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