martes, 19 de marzo de 2013

¿Queda mucho para Formentera?

Mis mejores amigos son una familia de indígenas aymaras de Cochabamba. Ellos avivan la hoguera con la que paliamos el frío insular. El autobús público va lleno de sonrientes mujeres magrebís que cubren su cabello con coloridos pañuelos. Los aborígenes van ataviados con pantuflas y ropas de andar por casa. Ellos son los que se encargan de mantener a flote la isla cuando nadie la visita. Los empresarios se quejan: les saldría más económico borrarla del mapa cuando llegase el invierno.

El barco que me trajo iba cargado de material de construcción. Viajé sentado sobre un saco de cemento.

Salgo a cazar con rudos obreros andaluces, hasta dentro de unas semanas no abren los restaurants.

Hoy intenté comerme un donut de un supermercado. Perdí un diente al masticarlo.

Intenté alquilar una bicicleta. No abren hasta el verano.

Intenté pedir unos folletos turísticos. No los imprimen hasta el verano.

Intenté comprarme una coca-cola en una máquina expendedora de refrescos. No los reponen hasta el verano.

Traté de llegar en bus hasta el faro de Mola. No llegan allí hasta el verano.

Pregunté por tabaco. Me llevaron a unas plantaciones donde lo cultivan. Esperan recolectarlo antes de que llegue el verano.

Y, sin embargo, era esto lo que andaba buscando. Paseo en taparrabos por la única carretera de la isla y me dejo picar por abejorros los brazos. Hoy secuestré el transporte escolar para que me llevaran hasta un acantilado. Una estatua de Julio Verne. Una foto que no haremos. Un bar cerrado. De vuelta, hice auto-stop. Me recogió un caballo.

Ni rastro de Lucía. Medem debió de equivocarse de isla. Ayer fui agredido por una turba de jubilados.

Formentera is off. En temporada baja emergen espacios que en unas semanas se diluirán (¿desaparecerán?) con la llegada del gentío: la sociedad de cazadores, lavandería Mari, charlas sobre la Guerra Civil, papelería Carlin, la peña pitiusa del Real Madrid o una asociación etnográfica de Zamora.

También gentes: bukowskis locales, currelas que se caen a las zanjas que ellos mismos han cavado, marinos enterrados, escultores en calzoncillos que en sus talleres preparan souvenirs a la espera de que la isla vuelva a ser fashion, cool. Guay.

Los rastas desenredan sus truños para que escampen los bichos. Los hippies caminan calzados. Los bakalas no disimulan los colgajos que afean sus músculos. Los yates permanecen atracados.

Lo bueno de esto es que nadie tiene que aparentar lo que no es. Hasta verano, cuando la llegada de visitantes les obligue a actuar como marcan las postales, los operadores, las guías turísticas.

- Oiga, ¿queda mucho para Formentera?

- La acabamos después de Semana Santa.

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