POR MAR
BENEGAS
"Para que triunfe el mal, sólo es necesario que los buenos no hagan nada." (Edmund Burke)
Los síntomas
Ahora la anorexia impone su tiranía, alimentar al hambre y un minuto de flash. El cuerpo está atado, constreñído, manipulado, castigado por contradecir los designios divinos: no comereis con los ojos. Cilicios aceptados, desde la opacidad de no ser excesivamente dolorosos, ¿quién se depila -arrancando de raíz- las ingles?, ¿quiénes bailan, acaso, sobre tacones de aguja? La talla 34 es la malignidad. Los cinturones matan: por un agujero más alguien morirá en el hospital, pero somos tan felices que nada nos importa.
No hay ficción que supere a la realidad. Es, sin dudarlo, la quintaesencia de la maldad, una enorme caseta de espejos, todo está impregnado de maledicencia, de maldad consentida. Ir a los toros, estirpar un clítoris, ver un noticiario sin inmutarse, lapidar a una adúltera o saber que cada siete segundos muere un niño de hambre. O que el comercio de armas alimenta autocracias y matanzas interminables, bajo el amparo y beneficio de los estados democráticos o que dentro de tres décadas necesitaremos dos planetas para soportar nuestra voracidad destructiva. O despegar al bebé de su madre a los cuatro meses, acostumbrarlo a dormir solo a través de torturas nocturnas: es la anestesia lo que nos hace terribles.