martes, 1 de marzo de 2011

La enfermedad del mal


POR MAR BENEGAS

 "Para que triunfe el mal, sólo es necesario que los buenos no hagan nada." (Edmund Burke)

Los síntomas

Ahora la anorexia impone su tiranía, alimentar al hambre y  un minuto de flash. El cuerpo está atado, constreñído, manipulado, castigado por contradecir los designios divinos: no comereis con los ojos. Cilicios aceptados, desde la opacidad de no ser excesivamente dolorosos, ¿quién se depila -arrancando de raíz- las ingles?, ¿quiénes bailan, acaso, sobre tacones de aguja? La talla 34 es la malignidad.  Los cinturones matan: por un agujero más alguien morirá en el hospital, pero somos tan felices que nada nos importa.

No hay ficción que supere a la realidad. Es, sin dudarlo, la quintaesencia de la maldad, una enorme caseta de espejos, todo está impregnado de maledicencia, de maldad consentida. Ir a los toros, estirpar un clítoris, ver un noticiario sin inmutarse, lapidar a una adúltera o saber que cada siete segundos muere un niño de hambre. O que el comercio de armas alimenta autocracias y matanzas interminables, bajo el amparo y beneficio de los estados democráticos o que dentro de tres décadas necesitaremos dos planetas para soportar nuestra voracidad destructiva. O despegar al bebé de su madre a los cuatro meses, acostumbrarlo a dormir solo a través de torturas nocturnas: es la anestesia lo que nos hace terribles.

Un mundo sin colas, ¿es posible?

POR PACO INCLÁN


Si entro en un banco y veo más de dos personas en la cola, me marcho; hace tiempo que dejé de asistir a conciertos, por las largas -o cortas, el tamaño no importa- que se montaban en la entrada; si en los lavabos de un bar veo que hay cola, salgo a mear a la calle.

Las colas me provocan desazón existencial. También su versión motorizada: los atascos. Un hastío insufrible, un aburrimiento no-deseado (me encanta el aburrimiento, lo asocio a la libertad cuando puedo decidir cómo, dónde y cuánto aburrirme). En las colas nunca ocurre nada digno de mención. Una vez rechazado –por excesivamente hollywodiense- que uno pueda encontrar su media naranja mientras guarda cola, hay que agarrarse a entretenimientos mucho menos excitantes: hacer carantoñas al bebé que tienes delante, aprenderse de memoria el código de barras de una caja de galletas o escuchar la discusión de la pareja que tienes detrás. Pero, en la mayoría de ocasiones, ni siquiera eso.